viernes, 25 de julio de 2014

Libertad divino tesoro

 “La libertad no consiste en tener un buen amo, sino en no tenerlo”.
Cicerón



Pocas palabras condensan en sí tantos significados, de hecho, es tal su significancia que a ella se le ponen “apellidos” para contextualizarla, de conformidad con lo que se quiera expresar o transmitir. 

Además, sirve para determinar desde tipos de naciones hasta formas de gobierno, desde categorías filosóficas hasta estados de consciencia, desde derecho hasta atributo de la personalidad y, sobre todo, constituye en sí misma un valor trascendental para el ser humano.

A éste, según como la entienda, conforme haya interiorizado su significado, le representa lisa y llanamente una opción de vida, la cual determina su propia conducta, tanto para sí mismo como frente a los demás.

Paradójico resulta, entonces, que sea nuestra libertad (en todas sus acepciones: valor, principio, derecho) la más reprimida. Las autoridades de la república han hecho de ella “moneda”, “talismán”, “fuente” y “olvido”, pero, sobre todo, demostración de poder. Se nos amenaza con ella (con perderla) desde lo ilegal y desde lo legal, se nos suprime de ella “por sospecha” o por una “recompensa económica”.

Libertad - Morguefile
A quienes nos tocó el tránsito de modelo de control social penal, del inquisitivo al acusatorio mixto, se nos dijo que, ahora sí, se respetaría la presunción de inocencia. Vana e ilusa presunción, sea por el clamor popular, por los “juicios del pueblo”, por enemistad política, por populismo o por simple capricho, seguimos asistiendo al deplorable teatro de la privación de la libertad mientras se desarrolla la investigación y el juicio penales (“un 'canazo' no se le niega a nadie”).

A lo que se suman, además, las arbitrarias retenciones de 24 horas “por protección” (en boga en Medellín contra los habitantes de calle) y, como no decirlo, a cubrir la incapacidad del Estado de mantener la vigilancia efectiva de quienes resultan incursos en una investigación penal, so pretexto de peligrosidad (clásico prejuzgamiento), o de que se tienen medios para evadir la acción de la justicia (ineficacia policivo-judicial) o, peor aún, porque hacen parte de una población que la clase política considera “de riesgo” (disimulados racismo, discriminación y estigmatización).

El actual marco social de nuestra nación, la Constitución Política de 1991, se refiere al respeto por la libertad en múltiples normas, las cuales, sin embargo, las desconocen las mismas autoridades públicas llamadas a defenderlas, algunas de buena fe, otras de mala fe, siendo su pretexto más común el de la seguridad ciudadana (más bien parece el reflejo de los miedos y carencias de ellas mismas).

Así, por ejemplo: tu libertad de expresión e intimidad se ve traicionada por los “monitoreos” indiscriminados en medios electrónicos, redes sociales y, en general, en la Internet; o tu libre movilidad se ve atropellada por prohibiciones especiales tales como la de llevar acompañante (parrillero) en las motocicletas, o salir antes o después de determinadas horas, las cuales, además, incrementan el estigma, criminalizan y discriminan sectores específicos de la población, todo ello, tal cual quedó expresado, bajo premisas de seguridad ciudadana y contrariando la normatividad de la Carta.

El Estado social y democrático de derecho que consagra la Constitución política es un Estado demoliberal, el cual, por esencia, garantiza la libertad, la dignidad y la solidaridad de y entre todos aquellos que lo conforman. 

Las autoridades están para servir a la comunidad y para garantizar los derechos y libertades, no para limitarlos, reducirlos o hacer de ellos simple retórica. Flaco servicio prestan a la comunidad atribuyéndose el derecho de suspender las libertades públicas.

Uno de los principales parámetros para medir el desarrollo, la evolución, la madurez, de una sociedad es, precisamente, el manejo que da a la libertad.

Freedom - Morguefile
Entre más desarrollada una sociedad, mayor será el respeto por ella. Ese incondicional respeto por la libertad del otro implica la valoración de la propia y constituye un referente ético de nuestro comportamiento y, así mismo, sirve de medida de la moral social y nos lleva a orientarnos por principios éticos universales.

Tenemos una Constitución Política que marca la ruta para el reconocimiento de nuestro patrimonio axiológico, que nos permite guiarnos por valores considerados universales, en palabras de Adela Cortina:

“... los valores que componen una ética cívica son fundamentalmente la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto activo y el diálogo, o, mejor dicho, la disposición a resolver los problemas comunes a través del diálogo” (Cortina, Adela. “El Mundo de los Valores”, Edit. El Búho, Bogotá, 2002).

Todas esas normas que incluye la Carta desde su mismo preámbulo, referidas a las libertades civiles, llevan a eso, si las miramos no desde el egoísmo sino desde la solidaridad, no desde la ira sino desde la compasión, no desde la ambición de poder sino desde el deseo de servir.

Y de eso se trata, tenemos que modificar el “chip” cerebral para permitir que la razón domine las emociones básicas y podamos, a través del diálogo, resolver nuestros conflictos respetando sin condiciones la libertad del otro para que éste respete, en la misma forma, la nuestra. Eso es válido para la persona y para la sociedad. Esa es la pedagogía que debemos transmitir a nuestros hijos desde el hogar, a los estudiantes desde el sistema educativo y, en general, a toda la sociedad, desde el ejemplo que deben brindar quienes, por decisión propia, se erigen en líderes políticos de nuestras comunidades.

Esa es la forma de avanzar como comunidad, es la forma de crear sentido de nación, es, en suma, la forma de crecer como sociedad.

@HectorFrancoJ